Aquí la Cerradura de hoy, miércoles. Sirvan estas letras –un poco– para romper semana. Veamos.
Lo difícil de nombrar
Ayer, 26 de septiembre, transcurrió terrible, incomprensible, oscuro, muy triste. La ausencia de los 43 normalistas rurales de Ayotzinapa, Guerrero, recuerda que en México hay capacidad para prolongar las tragedias como si dolernos fuera el destino manifiesto siempre. Nuestra Ayotzinapa pasó de la displicencia del expresidente Enrique Peña Nieto (2012-2018) a los enredos del primer mandatario actual Andrés Manuel López Obrador (2018-2024). Las peticiones de los familiares están muy claras a nueve años de la embestida a los 43. Quieren información de espionaje militar que es clave para entender a dónde los condujeron la madrugada del 27 de septiembre. Pero en una reunión, el pasado lunes, la secretaria de Seguridad Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, leyó una carta del presidente López Obrador, y reveló un informe firmado por el secretario de la Defensa Nacional, general Luis Cresencio Sandoval. Y Vidulfo Rosales, el abogado de los padres, dijo con mucha decepción: “No da respuesta a la información que solicitamos … ".
Y así marchamos muchas horas, con el grito seco. Con la imaginación plagada de espantos. Sólo el nombrarlos nos remite al horror y deseamos otra vez que descansen en paz. Pero no: deseamos otra vez que aparezcan con vida. Pero tras nueve años, ¿por qué se pone en duda a la muerte? Caen piedras sobre el restaurante Sonora Grill. Las arrojan hombres encapuchados, de negro. El ruido ameniza la tristeza. Cada hipótesis es funesta. Se cuelan las notas de una entrevista con el exgeneral brigadier Francisco Gallardo (QEPD). Para él, una posibilidad fue que los 43 fueron arrojados al pozo Meléndez o “la boca del diablo”, en Taxco, Guerrero. “Ese pozo ha sido utilizado desde la Revolución. Ahí tiraban carretas, caballos, vehículos completos, lo que tú quieras. No tiene fondo. No le han llegado al fondo. Hay una excursión que hicieron médicos militares y bajaron 60 metros, pero no pueden llegar a más porque no tienen equipo”. La imaginación topa con algunas paredes, pero no descansa, avanza hacia un fondo, como en esa “boca del diablo”. La intranquilidad domina porque ese muchacho de Ayotzinapa pudo ser cualquiera. Sí, cualquier otro en sus circunstancias. Ya no hay armas ante el desasosiego. A saberse vencidos. A entregarse a la tragedia. Ni los gritos secos ni las mantas que le piden transparencia a los generales sofocan la angustia. Nueve años.
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Que disfrutes el resto de la semana. Buen viento para tus velas.
Linaloe R. Flores
Periodista