Mario Molina Pasquel y Henríquez
Premio Nobel 1995, partió el 7 de octubre de 2020. Tuvo una búsqueda incesante por los sitios propicios para la investigación científica.
(La Cerradura).- Un hombre es mucho más que una nacionalidad. Mucho más. Mario Molina Pasquel y Henríquez, nacido en la Ciudad de México, pero con nacionalidad estadounidense desde hace treinta años, recibió el Premio Nobel en 1995. La controversia envolvió al hecho. “No es mexicano. No realizó su investigación aquí”, decían quienes querían hacer notorio el fenómeno de “fuga de cerebros” que ocurría en esa época en el país. En el debate también se decía que si el investigador se hubiera quedado en su tierra, no habría tenido jamás el galardón. El científico respondió varias veces que la importancia de ese reconocimiento consistía en su trabajo que luchó por divulgar desde 1978. Se trataba de una advertencia sobre el daño que causaban los clorofluorocarbonos (CFC) -contenidos en los aerosoles- a la capa de ozono del planeta.
La carrera de Molina Henríquez muestra la búsqueda de los espacios propicios para la investigación científica. Fue hijo de Leonor Henríquez y Roberto Molina, profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y embajador de México en Etiopía, Australia y Filipinas. Uno de sus primeros juguetes fue un telescopio. Con él, montó un laboratorio en el baño de la casa paternal, indican los obituarios de Reuters y Forbes, además de que el dato lo mencionó Barack Obama cuando en 2013 le entregó la medalla Libertad. Él mismo se describía como un apasionado de la ciencia y la búsqueda. “Toda mi vida me he guiado por el deseo de descubrir cosas nuevas y por el deseo de ser útil utilizando mis conocimientos”, dijo en una entrevista al diario francés Le Figaro, en 2013.
Pero acaso fue esa búsqueda lo que generó la controversia en 1995. El geofísico Cinna Lomnitz (QEPD), en un perfil para la revista Nexos, refirió ese mismo año que Mario Molina en México “no fue considerado un alumno particularmente brillante y tal parece que su talento para la investigación científica no fue reconocido … Le interesaba sobremanera la investigación, pero resulta que el panorama científico mexicano no le parecía atrayente”.
Asesorado por su maestro Sherwood Rowland (con quien compartió el premio Nobel; además del holandés Paul Crutzen) decidió aceptar una plaza en Irvine, en la Universidad de California. Lomnitz refiere que los recursos de ese sitio no se comparaban con los de la UNAM; pero significaban una libertad inigualable para “desarrollar un programa propio de investigación”. Porque Molina Enríquez “tenía una visión”.
De la primaria a la secundaria estudió en la Ciudad de México. Se tituló como ingeniero químico en la UNAM. En 1965, ingresó a la Universidad de Freiburg, Alemania. Después, se inscribió en la Universidad de California en Berkeley, donde se doctoró en 1972. En 1989, ingresó como docente al Instituto Tecnológico de Massachussets, donde en 1997 fue nombrado profesor titular. Fue uno de los 21 científicos del Consejo de Asesores de Ciencias y Tecnología de los ex Presidentes de Estados Unidos, Bill Clinton y Barack Obama. Pero al final, México también fue propicio para sus investigaciones. Formó parte de un centro de investigación y promoción de políticas públicas que lleva su nombre. Ahí estudió la energía, el medioambiente, así como el cambio climático y la calidad del aire. Además, en el Colegio Nacional contó con un asiento desde 2003.
Durante su estancia en Berkeley, al inicio de los 70, Mario Molina se integró al equipo del científico George C. Pimentel, inventor del láser químico. Ahí conoció a Luisa Y. Tan con quien contrajo matrimonio en 1973 y con quien tuvo a un hijo, Felipe. En 2006 se casó en segundas nupcias con Guadalupe Álvarez, con quien residió en la Ciudad de México hasta ayer, 7 de octubre, día de su partida.
Sí, un hombre es mucho más que una nacionalidad.
La despedida
En 1974, al lado de Sherwood Rowland, el científico Mario Molina Henríquez publicó en la revista Nature un artículo sobre la investigación que le valió el Nobel años después. En ese momento, la comunidad científica dudó. Y la empresa DuPont se convirtió en acérrimo oponente. Pero Molina y Rowland acudieron a los medios para poner en la agenda de los periodistas cómo los CFC adelgazaban la capa de ozono del planeta. En varias declaraciones a lo largo de su vida, Molina Henríquez relató que el logro de su descubrimiento no tuvo que ver con la ciencia; sino con la forma en que logró comunicar su hallazgo.
El CFC es el propulsor en los aerosoles. En esa época lo contenían los “spray” para el cabello, las cremas de rasurar, los desodorantes y los insecticidas, así como los refrigeradores y acondicionadores de aire. A Molina no le creían. Pero imágenes por satélite tomadas por la National Aeronautics and Space Administration comprobaron que en ese momento, la capa de ozono tenía un hoyo. Así, en 1978 se iniciaron los esfuerzos internacionales para reducir los CFC. La advertencia de Molina era que la falta de ozono podía provocar una mayor penetración de los rayos ultravioleta a la Tierra, lo que provocaría cáncer en la piel.
Su descubrimiento hizo cambiar los hábitos de consumo y revolucionar a la industria de productos de tocador, así como de los refrigeradores. Pero su batalla no paró ahí porque los fenómenos dañinos del medio ambiente continuaron y hasta ahora, parecen imparables. Una de sus últimas declaraciones, nacidas en la rebeldía de Molina, fue en una entrevista con el periódico El País, en 2018. Dijo sobre la decisión del Presidente Donald Trump de abandonar el Acuerdo de París: “Todo iba bien contra el cambio climático, aunque no eran más que medidas voluntarias. Los países se mostraron a favor de desarrollar el programa, pero el gran golpe fue el rechazo de Estados Unidos, cuyo gobierno sigue negando el calentamiento global. Es tan irracional que no tiene ningún sentido. La comunidad científica tiene que reaccionar de una manera más eficiente contra cosas tan absurdas como la postura del presidente Trump. No tiene ninguna base, no tiene ni idea sobre el clima del planeta. Si no sabe absolutamente nada, ¿cómo puede negar lo que la comunidad científica cree razonable y que está apoyado por las academias correspondientes?”
Una de las últimas apariciones en público fue en julio pasado, en la reunión de los presidentes de México y Estados Unidos, Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump, en la que defendió el uso de cubrebocas para controlar la transmisión del nuevo coronavirus.
Adiós
El mediodía de ayer, la UNAM publicó en su cuenta de Twitter que Mario Molina Enríquez había partido debido a un infarto. El Centro Mario Molina expresó en un comunicado que la familia del científico agradecía las muestras de cariño.
Premios y reconocimientos tuvo a montones: más de 40 doctorados Honoris Causa, el Tyler de Energía y Ecología en 1983, el Sasakawa de las Naciones Unidas en 1999, el Nobel de Química en 1995, el Campeones de la Tierra que otorga Naciones Unidas, así como la medalla Presidencial de la Libertad de Estados Unidos. Su nombre está en calles, escuelas y centros de estudios. Con los fondos del premio Nobel concedió becas que llevan su impronta, a estudiantes mexicanos para estudiar en el extranjero, como lo hizo él.
La medalla de la Libertad la recibió en 2013 del entonces Presidente Barack Obama, en una ceremonia en la Casa Blanca. Era el primer mexicano en recibir esa condecoración creada en 1945 para civiles. El Mandatario dijo del científico: “Gracias a la obra de Mario, el mundo ha buscado un cierre de filas para abordar una amenaza común. Inspirados por su ejemplo, estamos trabajando para hacer nuestro planeta más seguro y más limpio para las generaciones futuras”.
En realidad, su partida fue inesperada. Apenas el lunes, participó en una reunión de Consejo de El Colegio Nacional. “Se mostró tan participativo como siempre”, expresó Juan Villoro, presidente en turno, al periódico El Universal. Dijo también que el 18 de octubre empezará un congreso dedicado al medio ambiente, del cual, “Mario Molina fue inspirador”.