Maradona
Un paro cardíaco terminó con la vida del astro del futbol en su casa de Argentina. El gobierno de ese país declaró tres días de luto y en la Casa Rosada se instaló una capilla ardiente.
(La Cerradura).- "¿Si tuvieras que decirle unas palabras en el cementerio a Maradona, qué le dirías?", se pregunta a sí mismo el Dios del futbol.
"¿Qué le diría? ¿Y vos me preguntas eso a mí", se responde. “Pondría en una lápida `Gracias a la pelota´”.
Ese soliloquio lo tuvo en 2005, el campeón mundial de México 86, en “La noche del Diez”, un programa televisivo producido en Argentina.
Ayer, Maradona se fue a los 60 años de edad. La noticia la dio Clarín como primicia. Al dotado ser de las canchas se le descompensó el cuerpo y los médicos que lo asistieron de inmediato, no pudieron reanimarlo. El mundo entero empezó a llorar. Y a latir por todos lados la pregunta ¿Quién fue este idolatrado ser? "Un antisistema al que nadie le dio las reglas del juego", lo resume el periodista mexicano Marco Antonio Martínez. Y resumir una vida tan amplia y compleja es difícil. El obituario de Clarín pone como origen del vaivén a Villa Fiorito. En ese barrio, del municipio de Lomas de Zamora, a 40 kilómetros del centro de Buenos Aires, se crió “El Pelusa”, hijo de doña Tota y don Diego.
Una crónica de 2019 de la agencia EFE indica que la zona fue declarada localidad en 1995, pero aún lo llaman “barrio”. Un barrio -indica la agencia- al que los taxistas no querían ir por “inseguro”, por la delincuencia al acecho y la pobreza enquistada en el paisaje. Hace medio siglo ahí llegó a vivir la familia de Maradona, los padres y cuatro hermanas mayores. El jugador nació en un hospital cercano en 1960. Su niñez transcurrió en la precariedad hasta que fue fichado por Argentinos Juniors. En los 70 se mudaron todos a Buenos Aires para que él jugara futbol. Y la vida viró. Maradona empezó a ser Maradona.
Él, quien un día de 2001 apareció en la redacción del periódico Reforma, en la Ciudad de México. Salió de “la casita”, una construcción dentro del diario. Frente a editores, reporteros y fotógrafos hizo unas dominadas con el balón. Dentro, pidió hablar con Roberto Gómez Bolaños, “Chespirito”. Se lo concedieron. Lo llamó “maestro”. Años después, el deportista invitaría al comediante a su programa televisivo. “Yo pasé momentos muy malos en mi vida, pero cuando veía a `El Chavo´ era como que me relajaba … Me entraba una tranquilidad muy grande dentro mío … “, le dijo después de un abrazo estrecho. Dichos memorables tuvo muchos, pero si hubiera que elegir uno sería su explicación sobre el gol del 22 de junio de 1986, en México. Aquel día fue uno “en que no se jugaba futbol, sino la guerra en la cancha”, publicó el periódico mexicano El Universal cuando ayer en México se supo de la partida de Maradona.
“Argentina, la Argentina de Diego Armando Maradona se enfrentaba contra la Inglaterra, los arrogantes ingleses”. Entonces, a los 51 minutos del segundo tiempo, sucedió. Diego Armando Maradona saltó y con la mano izquierda metió un gol. Los árbitros lo pasaron. Los ingleses, a través de las décadas, lo han considerado una trampa. Pero Diego dijo: “Lo hice con la cabeza de Maradona, pero con la mano de Dios”. Al final, fue un hombre honesto en su contradicción. Un personaje con sus múltiples vidas abiertas al escrutinio del mundo. Y el escrutinio parecía no importarle. Su trayectoria deportiva lo avalaba como un ser casi antinatura.
Jugó en tres equipos de Argentina (Argentinos Juniors, Boca y Newell`s Old Boys), dos de España (Barcelona y Sevilla) y uno de Italia (Nápoli, al que resucitó) y disputó 91 partidos con la selección Argentina, 21 de ellos mundiales. Con el Barcelona conquistó la Copa del Rey, la Copa Liga y la Supercopa de España de 1983 [Información de Página12]. Cada uno de sus goles y jugadas fueron un legado en sí mismas como son las obras a los artistas. Como lo fueron los partidos que jugó en secreto a favor de grupos no favorecidos en Argentina.
Por otro lado estaban su colección de relojes y su convivencia con jeques. Su vida privada le daba un serio contraste al Dios. Fue un adicto a la cocaína en lucha constante y fue acusado de violencia de género. Fue padre de 11 hijos, algunos no reconocidos. Fue paciente de un instituto psiquiátrico. Antes, padeció hepatitis. En 2018 se instaló a vivir en Culiacán, Sinaloa, para dirigir a Los Dorados de Sinaloa que bajo su dirección consiguieron dos subcampeonatos en la Liga de Ascenso. Vivió en La Primavera, un barrio residencial que el club de Los Dorados le eligió porque “se parecía a Dubai”, según una nota de Infobae. Luego, renunció para una cirugía de hombro y rodilla.
El astro no recuperó la salud. Dice El Clarín en su obituario que en sus últimos días ya no quería ser Maradona, como tampoco un hombre normal. Los antidepresivos que tomaba ya no eran efectivos en su cabeza, en la cabeza de Maradona. “Cada vez menos cosas encendían su motor: ni el dinero, ni la fama, ni el trabajo, ni los amigos, ni la familia, ni las mujeres, ni el futbol”. Así, la mano de Dios escribió el fin.