Ícono del periodismo del ring en México. Se fue a los 71 años de edad por insuficiencia renal. La Lucha Libre no se entiende sin su voz.
La primera luz. Era de Huetamo, Michoacán. Lo llamaron Gilberto Alberto Morales Villela. Creció en la Ciudad de México, en la calle Doctor Erazo, en la colonia Doctores.
La vida. “Cada día se vive y cada día se muere”, dijo en una entrevista en El Almohadazo, programa de la comunicadora Fernanda Tapia. Asistió a la primaria Casa Amiga de la Obrera, una especie de internado donde pasaba todo el día mientras su madre trabajaba en la tienda de un español, que era amigo de su abuelo -Pilar-, un refugiado en México de la Guerra Civil Española. Se especializó en Psiquiatría por la Universidad Nacional Autónoma de México. Trabajó en un hospital y con el dinero ganado, su madre logró poner una fonda. Ese logro le iba a servir también para ganar su apodo como cronista: “Doctor Alfonso Morales”. Conocido así, la historia de la lucha libre mexicana no se entiende sin su voz. En los micrófonos se inició en 1970 -año del Mundial de Futbol en México- en el Canal 11. Lo presentó ahí el conductor Luis Carbajo, por recomendación de Enrique Bermúdez (padre del conductor apodado “Perro” Bermúdez). Diez años más tarde, lo mandaron a cubrir una pelea de boxeo de Carlos Palomino contra Wilfredo Benítez en Puerto Rico, según contó en el mismo programa. Era 1980 y Televisa lo llamó a trabajar. En la empresa de la familia Azcárraga formó una dupla con Arturo Rivera. El Doctor era técnico y Rivera, rudo. En los noventa, estas voces se volvieron imprescindibles en las transmisiones de la Triple A y del Consejo Mundial de Lucha Libre y fueron clave para que el deporte espectáculo volviera a ser negocio para la televisora. Además de comentarista fue columnista de El Sol de México, El Heraldo de México, Récord y Ovaciones. Dirigió la revista Box y Lucha.
La lección. Su bajo perfil le permitió arroparse en la discreción en su vida privada y el lucimiento en cuanto tenía al ring y los micrófonos frente a sí. Practicó el budismo. En las entrevistas soltaba frases que luego se volvían memorables. “¡Claro! Este asunto es muy sencillo. Se trata de que te comportes como eres, porque de cualquier manera le vas a caer mal a mucha gente. Esto, hermano, no es complicado”, le dijo a Ernesto Ocampo para Superluchas. Así se volvió leyenda, al grado que corrió el rumor de que era Tinieblas. Jugaba con el equívoco. Un día se puso la máscara que le prestó el verdadero luchador y se apareció ante sus compañeros comentaristas, según se relata en una nota de La Afición que al principio, tiene la aclaración que se trata del texto más leído en la edición web en los 90 años de historia del periódico. Lo que ocurría en el cuadrilátero le importó siempre. Cuando “El Hijo del Perro Aguayo” perdió la vida mientras luchaba, condenó el hecho de que no hubiera médicos alrededor. “Fue un golpe normal, ¿por qué las autoridades permiten una función de lucha libre sin exigir una ambulancia y un médico?” -le dijo a ESPN.
El amor. Cuando se supo de su muerte, los periódicos especializados no publicaron quién fue su esposa. Tampoco si tuvo hijos.
La despedida. La noticia de su muerte la dio su sobrino, Leonardo Riaño. Tenía 71 años de edad.
“Hace unos minutos falleció mi tío, mi gran maestro y amigo El doctor Alfonso Morales. Su hermana Lulú, su hermano Armando, Ofe y yo lo hemos acompañado en una dura pelea frente a una deficiencia renal”.